30 de Enero de 2018.
Se suele decir que un bebé viene con un pan bajo el brazo, pero en nuestro caso aún no ha nacido y ya nos ha traído tres visitas a Ikea.
La primera ocasión fuimos bastante seguros de lo que necesitábamos, pero eso a Ikea no le importa. Una vez que estás allí todo cambia. Ves cosas que resultan más interesantes, otras cosas que no necesitas pero podrían ser útiles, y cosas que ni quieres ni necesitas pero son tan baratas que resulta difícil no comprarlas.
Como las leyes del espacio tiempo no funcionan de la misma manera en Ikea que en el resto del mundo, llega un momento en que yo bloqueo. Será la sensación de haber caminado varios kilómetros por aquellos pasillos laberínticos, o el hecho de mirar el reloj y darte cuenta que han pasado dos días desde que entraste. El caso es que cuando alcanzo ese punto de saturación ya no distingo una estantería de una cama, y mucho menos imaginarme cómo quedaría cada mueble en mi casa.
En nuestra primera visita fue lo que nos pasó y como meterse en ese mundo de asesinos de árboles suecos es como ir a la guerra, nada mejor que recordar la máxima militar y aplicarnos el cuento de "una retirada a tiempo es una victoria". Así que nos volvimos para casa. Eso sí, con las ideas bastante claras sobre qué muebles necesitábamos para el cuarto de Mateo y qué muebles nos vendrían bien para nosotros. Todo ello apuntado en un papelito y a la espera de visualizarlo con calma en nuestra casa.
En definitiva se decidió comprar dos cómodas, una para Mateo a utilizar también cómo cambiador y otra para nuestro cuarto (así nos deshacemos de un esperpento de mueble que tenemos que ni abre ni cierra). También vamos a comprar una cuna, una estantería auxiliar y vimos varios sofás cama para cuando vengan a visitarnos los abuelos. Todo eso quedó pendiente, pero con nosotros ya vinieron 3 cajas archivadoras blancas para adecentar un poco la parte superior del armario del cuarto del niño que lo teníamos hecho un desastre y el cambiador que irá sobre la cómoda.
En los días siguientes hicimos una visita a Leroy Merlín y compramos ahí la estantería auxiliar. Encontramos una del tamaño perfecto y a buen precio, por lo que quitábamos un problema del medio, pero seguíamos teniendo pendiente volver a Ikea.
Nuestra segunda visita iba a ser en teoría algo rápido. Con todo prácticamente decidido no podía fallar nada, pero repito, Ikea es un mundo paralelo. Quieras o no, terminas recorriendo los pasillos para volver a ver los muebles que quieres comprar y asegurarte que son como los recordabas. Compramos una caja archivadora más, una mosquitera que nos pareció interesante para proteger al bebé de los mosquitos durante el verano y ropas para la cuna. También descartamos definitivamente comprar el sofá cama (creemos que podemos apañarnos con uno que ya tenemos en casa). Y finalmente, llegamos al almacén con la referencia de todo lo que queríamos a falta de que nos lo enviasen a casa, pero... Ikea siempre tiene la última palabra. Ya no quedaban en stock las cómodas! llegarían en unos días.
Conclusión, nuestra tercera visita a Ikea fue un sábado por la mañana. Primero tuvimos que recorrer otra vez todos los pasillos para comprar otra maldita caja archivadora porque la última que habíamos comprado era de distinto tamaño a las tres iniciales. Compramos también un pack de recipientes para la higiene del bebé que no habíamos encontrado las veces anteriores. Y por fin, llegamos al almacén donde pudimos cargar todos las cajas en un carro y encargar que nos las enviasen a casa.
En estos momentos estoy montando muebles a velocidad de carpintero profesional porque tengo miedo que nazca Mateo antes de tenerlo todo terminado. Esperemos que no.
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