martes, 14 de noviembre de 2017

DIARIO DE UN ASTURIANO EN MUNICH: 4. Neuschwanstein

   Ya era lunes y a nuestra amiga le tocaba trabajar, así que organizamos el día para hacer una excursión a las afueras de Munich. Nuestro destino era el famoso castillo de Luis II al sur de Baviera.
   Siguiendo las indicaciones que habíamos repasado la noche anterior, cogimos el metro hasta la estación central y allí compramos un billete para el tren regional que nos llevaría hasta el pueblo de los castillos.
   El trayecto era relativamente largo, algo más de dos horas, y los asientos al ser de tarifa económica no eran demasiado cómodos. A pesar de todo, el viaje pasó bastante rápido. El tren nos dejó en la ciudad de Füssen, y desde ahí tardamos unos 10 minutos en autobús hasta el pueblo desde donde se sube a los castillos. No resultó muy complicado situarnos, simplemente tuvimos que seguir al 90% de las personas que veníamos en el tren desde Munich. Todos íbamos a visitar los castillos.
   Las entradas las habíamos reservado online, pero teníamos que recogerlas no más tarde de las 12:45 en el ticket center. Aunque en principio teníamos bastante margen, nos llevamos un susto al ver la cola que había. Por suerte el acceso con reserva era mucho más corto que el de aquellos que iban directamente a comprar las entradas sin haberlas reservado. Esa cola era tranquilamente para una hora de espera. Se notaba que todo el mundo iba justo de tiempo. De hecho vimos una discusión bastante fea entre un brasileño y un chino por ver quién estaba primero. O mejor dicho, vimos a un brasileño echándole una bronca de la leche a un chinito que no se enteraba de nada por supuestamente haberse intentado colar. No se quién tendría razón, pero las formas del carioca no eran las más correctas para una tontería así.
   En nuestro caso llegamos al mostrador justo antes de que se acabara nuestro tiempo y pudimos comprar las entradas. En los tickets viene indicada la hora a la que puedes entrar a cada castillo. Los accesos están bastante espaciados para que te de tiempo a ir de uno a otro sin problemas. Incluso nos dió tiempo a comer algo en uno de los pequeños restaurantes que había al pie de la montaña y que claramente viven del turismo.
   Nuestra primera visita era al castillo menos conocido y el más antiguo (Hohenschwangau). Como no estaba demasiado lejos subimos dando un paseo. Más que un castillo yo diría que es una especie de palacio. Destaca sobre el verde del paisaje por sus muros amarillos llenos de ventanales y está rodeado de jardines. Gracias a su ubicación tiene unas vistas privilegiadas del valle y de varios lagos cercanos. Aunque casi lo que más destaca son las vista del otro castillo. Dicen que desde aquí el rey loco contemplaba la construcción del que iba a ser su gran palacio. A la hora señalada te dejan entrar, y aunque no puedes tomar ninguna imagen en el interior, te dan un audioguía y la visita resulta interesante. Habitación por habitación está bien conservado y te haces a la idea de cómo vivía el rey por aquellos años.
   Terminada esta primera visita volvimos a bajar al pueblo y cogimos uno de los autobuses que subían a la montaña del frente, donde está el otro castillo (Neuschwanstein). Este es el famoso, del que dicen que sacó su inspiración Walt Disney para su castillo de la cenicienta. Aun nos quedaba tiempo antes de nuestra hora de entrada, así que fuimos caminando hasta un puente de hierro que hay en la montaña y desde donde se pueden tomar las mejores fotos del impresionante palacio con todo el valle detrás. Al principio da un poco de vértigo, y los tablones de madera del suelo no ayudan demasiado a superarlo, pero de verdad que merecen la pena las vistas. Ahí nos tocó ver una pedida de mano en pleno puente. Por lo menos la chica dijo sí.
   Desde lejos el famoso castillo resultaba impresionante, pero ya llegaba la hora de conocerlo también por dentro, así que paseamos por la montaña hasta llegar la entrada. Nos volvieron a dar unas audioguías y fuimos recorriendo en grupo las distintas estancias. El interior resultaba imponente, hecho a capricho por un rey, Luis II, que se gastó tanto en construirlo que sus herederos decidieron declararlo loco antes de que pudiese disfrutarlo en vida. Si la intención era impresionar a los invitados con la ostentación desmesurada el interior cumplía su objetivo. En definitiva, una maravilla tanto por fuera como por dentro.
   Terminada la visita nos tocó caminar unos 20 minutos montaña abajo para volver al pueblo y coger el autobús de regreso a Füssel. En la estación pensé que iba a haber puñaladas por conseguir un asiento en el tren al ver la cantidad de gente que nos juntamos allí esperando. Por suerte entramos de los primeros y conseguimos buenos asientos. Teniendo en cuenta que nos esperaban más de dos horas de regreso Munich, fué toda una bendición.
   Aunque el viaje resultó un poco cansado, los paisajes de Baviera al atardecer le dieron su encanto.       Ya de vuelta en el apartamento de nuestra amiga, y aunque las energías no sobraban, nos pusimos una vez más el atuendo Bávaro y decidimos darle una última oportunidad al Oktoberfest.
   El recinto ferial estaba igual de lleno que durante el fin de semana. Mis esperanzas empezaron a decaer cuando entramos en la primera carpa y la vimos más llena que nunca. Yo pensaba que un lunes a las 9 de la noche se podría conseguir sitio relativamente fácil, pero me equivoqué. Además, a esa hora la gente ya estaba totalmente desbocada y más que sentados, estaban todos de pie en los bancos bailando al ritmo de las orquestas que para esa hora ya tocaban la música más cañera. Lo intentamos en una segunda carpa, y más de lo mismo. Imposible. Ya estaba a punto de tirar la toalla y asumir que había visitado el famoso festival de la cerveza de Munich y me había ido sin siquiera probar un trago. Y fue en ese momento, perdida ya toda esperanza, cuando se nos dió por entrar en una última carpa: Paulaner. Y justo allí, en un rincón, una mesa con solo tres personas. Supuse que el resto habrían salido a fumar, pero aun así me animé a preguntar y como si de un milagro se tratase nos dijeron que los sitios estaban libres y nos invitaron a sentarnos. El resto ya es historia: cenamos, bebimos cerveza, bailamos sobre los bancos, y brindamos el famoso prost. Pero sobre todo, yo había cumplido uno de mis sueños: Yo estuve en el Oktoberfest. Prost!!!

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