martes, 14 de noviembre de 2017

DIARIO DE UN ASTURIANO EN MUNICH: 3. El tercer Reich

   Nuestra intención era empezar el domingo viendo en funcionamiento el famoso carrillón del reloj que preside Marienplantz. Llegamos por los pelos para disfrutarlo unos segundos, ya que, no siendo verano, solamente se activa a las 11 y a las 12. Nosotros llegamos sobre las 11:05 justo para ver los muñecos girar al son de una música de campanas. Tampoco es que fuese nada especialmente espectacular. En la misma plaza habíamos quedado con otra amiga del colegio de mi mujer que ahora también vive en Alemania y que nos iba a acompañar hasta después de comer.
   Nuestro siguiente destino era la residencia de Munich. Tardamos un poco en poder acceder al recinto porque nos encontramos con un desfile que nos impedía el paso. No sabíamos muy bien que era lo que se celebraba, pero aprovechamos para verlo. Al cabo de un rato de ver desfilar a cientos de alemanes con sus trajes tradicionales al son de bandas de música empezamos a cansarnos del monótono espectáculo y decidimos que era hora de cruzar la calle. Por suerte, una policía nos indicó que a escasos metros había un paso subterráneo y no hizo falta jugársela en medio del desfile.
   Me impresionó mucho la residencia de Munich. Es una especie de complejo palaciego lleno de estancias y galerías decoradas con pinturas espectaculares y todo tipo de obras de arte, desde fuentes hechas con conchas marinas, hasta figuras y bustos de mármol. Desde luego los antiguos reyes de Baviera no se privaban de nada, aunque tenían un gusto excesivamente recargado. La parte más curiosa de la visita, fue la sala de reliquias. Se trata de una habitación a la que se accede a través de una puerta acorazada como la de un banco, y que está llena de objetos que contienen huesos de supuestos santos. La verdad que resultaba un poco desagradable ver calaveras y restos humanos adornados de aquella manera.
   La residencia es tan grande que si le hubiésemos dedicado todo el tiempo que merece habríamos pasado un par de horas más paseando por sus pasillos, pero ya se nos estaba haciendo tarde y aun teníamos que almorzar antes de un tour que habíamos contratado para esa misma tarde, así que decidimos acelerar el paso y terminar la visita de forma exprés.
   Para comer fuimos a un Franziskaner. Resultó un poco más caro de lo que habíamos pagado hasta el momento, pero se notaba un cierto grado superior de calidad. Pedimos un plato para compartir que se llama Schmankerlpfandl (16 letras y sólo 3 vocales, casi nada). El tema consiste en una especie de fuente donde te traen cochinillo, pato, codillo de cerdo y salchichas a la parrilla, y lo acompañan con patatas, albóndigas de pan blanco, y encurtido de repollo rojo y blanco. Para completar pedimos también una especie de sopa de carne. Estaba todo bastante rico, aunque resultó demasiada comida para el poco tiempo que teníamos.
   A las 3 de la tarde estábamos de nuevo en Marienplantz, que era el punto de encuentro con nuestro guía para el tour que habíamos contratado: El Munich del tercer Reich. Nos despedimos de la amiga de mi mujer, y nos unimos al resto de integrantes de tour. Durante casi tres horas paseamos por diferentes calles del centro de Munich donde la guia, una chica de Barcelona, nos iba explicando los diferentes acontecimientos relacionados con el alzamiento del partido nazi que habían tenido lugar allí mismo. Era especialmente interesante cuando nos mostraba imágenes reales de aquellos años y las podíamos comparar con lo que veían nuestros ojos. La primera sede del partido nazi es ahora una tienda de móviles, la sala de la cervecería donde Hitler presentó los 25 puntos de su ideario está ahora llena de turistas tomando cerveza como si nada y está ni más ni menos que en la última planta de la HB donde habíamos cenado el viernes, las calles por donde desfilaban miles de nazis son ahora boulevares por donde circula con total normalidad el trafico, las oficinas de las SS son ahora una escuela de música, o en la plaza donde el autonombrado führer daba sus discursos la gente pasea ahora ajena a lo sucedido hace no tanto tiempo. En definitiva, es un contraste sobrecogedor.
   Para descansar después del tour entramos a sentarnos en una pastelería donde por poco me vuelvo loco para elegir qué pastel o tarta tomar de entre toda la variedad que tenían. La opción ganadora fue la tarta de galleta y chocolate que allí no se cómo se llamará pero aquí es la tarta de la abuela de toda la vida. Los problemas del viajero se pueden manifestar de la manera más inesperada. Al ir al baño después de disfrutar de mi tarta, me encontre con que los distintivos de las puertas eran una H y una D. Mis conocimientos de idiomas quedaron en shock. Finalmente aposté por la H, que me llamaba más a masculino y acerté. No se como mearán las alemanas, pero la presencia de meaderos parecía darme la razón.
   El resto de la tarde, aunque ya estábamos algo cansados, nos dió tiempo a pasear otro poco por el centro y a visitar la catedral antes de ir a cenar. En la catedral hay una curiosa marca en el suelo de la forma de un pie en color negro que se llama la pisada del diablo. Según dicen cuando se terminó de construir el edificio, el diablo entró y se paró en ese mismo lugar riéndose y dejando su huella al ver que no había ninguna vidriera. Lo curioso es que se trata de un efecto óptico. En el momento que te adelantas un poco desde ese punto las columnas dejan de ocultar las numerosas vidrieras.
   Para la cena fuimos a la cervecería Der Pschorr. Como en todas las anteriores había un ambiente muy agradable. A pesar de mi primera experiencia no satisfactoria con los quesos de la zona, decidí volver a arriesgarme y pedí una tabla variada para terminar de valorar el nivel quesero de Baviera. En esta ocasión fue todo un acierto. Aunque sigo opinando que hay mejores quesos en España, esta segunda prueba me dejó mucha mejor sensación. Mientras cenábamos pudimos ver como abrían un barril de cerveza de madera para un grupo de personas que también cenaban a unos metros de nosotros. Supongo que una vez abierto no se puede cerrar, porque no paraban de llenar jarra tras jarra intentando que se derramase la menor cerveza posible que salia a toda presión después de haber perforado la madera. Me pareció muy curioso.
   Y así concluyó un día cansado en el que hicimos bastantes kilómetros caminando. Nos retiramos a descansar porque al día siguiente nos esperaban también muchos kilómetros, aunque en esta ocasión serían en tren.





 

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