jueves, 9 de noviembre de 2017

DIARIO DE UN ASTURIANO EN MUNICH: 2. Oktoberfest

   Nuestro primer día en Múnich amaneció feo de narices. Llovía y hacia frío. A pesar de todo era el día que habíamos decidido dedicar al Oktoberfest, así que nos ataviamos con nuestros trajes tradicionales bávaros que habíamos comprado por Internet y nos decidimos a salir a la calle.
   La casa de nuestra amiga estaba apenas a 10 minutos andando del recinto donde se celebra la fiesta de la cerveza. Pero nos sobró tiempo para congelarnos. Hay que recordar que el atuendo tradicional masculino es un pantalón corto y camisa. Los locales llevaban también una especie de chaqueta a juego, pero a mi el presupuesto se me había terminado con los pantalones, así que a unos 10 grados, lloviendo, y en mangas de camisa, la cosa era cuando menos difícil de llevar.
   Al llegar al recinto nos encontramos con el desfile inaugural. A pesar de la lluvia nos quedamos viendo las carrozas de las distintas cervecerías que pasaban por la calle principal rumbo cada una a su carpa correspondiente. El desfile no estuvo mal, pero quedar a verlo fue un gran error. Según terminó, las miles de personas que estaban viéndolo se dirigieron en manadas y todos a la vez a entrar en las carpas. En las puertas, los guardias de seguridad, no dejaban pasar a casi nadie, y se formaban unas colas tremendas. Al parecer las carpas ya estaban llenas antes de comenzar el desfile. Para cuando conseguimos pasar, no pudimos más que pasear por el interior viendo como la gente sentada ya en las mesas empezaba a disfrutar del desenfreno cervecero. Conseguir un sitio en una de las mesas se veía tan complicado como encontrar el santo grial. Y así fue, paseamos de carpa en carpa, pero cada una estaba más llena que la anterior. Para colmo la lluvia no permitía hacer uso de muchas de las mesas que estaban al aire libre. Solamente algunos valientes, o desesperados, se sentaban en el exterior sin importarles la climatología.
   El ambiente era increíble, en el interior de cada carpa, si se les puede llamar así porque tienen el tamaño de una nave industrial, había una banda tocando permanentemente música tradicional, y la gente agitaba sus cervezas al son de la música. Las camareras llevaban jarras de litro por docenas y no les importaba pasar por encima de quien se interpusiese en su camino. Todo el mundo sin excepción iba con el atuendo tradicional. Envidia pura y dura es lo que sentía al no poder ser partícipe de tal fiesta. Llegado el momento, entre el cansancio de caminar buscando un mísero sitio y el frío, decidimos que lo mejor era volver a la casa, secarnos un poco, entrar en calor y bajar a comer a algún restaurante del centro. En ese punto: Oktoberfest 1 - Wallace 0.
   Nos reunimos para comer con mi amigo venezolano y su novia en otra cervecería-restaurante. En Munich casi todos los restaurantes están asociados a una marca de cerveza. En este caso era un Augustiner. El sitio estaba genial. Tenía un decoración rústica de madera pero con el mismo estilo de cervecería muniquesa que ya empezaba a ser familiar, con varios salones contiguos y mesas corridas para compartir espacio. Recuerdo que, después de ser asesorado muy bien por el camarero que se sentó a mi lado en el banco para explicarme la carta, pedí un plato variado de la típica comida de la zona. Incluía varios cortes de carne, codillo, salchichas, y cómo no, la famosa bola de patata. Estaba todo muy bueno (menos la bola).
   Todo era felicidad hasta que llegó la hora de ir al baño con el puñetero atuendo tirolés. Mis acompañantes debieron de pensar que me habían secuestrado cuando, tras más de 20 minutos, seguía sin aparecer. Finalmente dos señores alemanes, al ver mi inutilidad, me ayudaron a abrochar los malditos botones. De hecho iban borrachos como cubas, y me vistieron cual niño pequeño antes de ir a la escuela. Hasta me metieron la camisa por dentro del pantalón, pero entre su borrachera y que me sacaban una cabeza cada uno, cualquiera se resiste.
   Después de comer decidimos darle otra oportunidad al Oktoberfest. La tarde había mejorado y ya no hacía tanto frío. Además, en nuestra parada en casa había cogido una cazadora que aunque no combinaba del todo con mi traje bávaro, por lo menos abrigaba.
   Al llegar al recinto nos encontramos con más gente aun que por la mañana. Miles de personas paseaban de un sitio a otro, y por supuesto no había ni un espacio donde sentarse. Mucho menos para cinco personas. Lo intentamos en varias carpas y fue imposible. En esta ocasión estaban llenas hasta las mesas del exterior. El ambiente seguía siendo increíble y ya se empezaba a ver algún que otro personaje herido por los efectos de la cerveza. Una vez más, y con sensación de tristeza, tocó dar por buena la retirada. Oktoberfest 2 - Wallace 0.
   En el paseo de vuelta a la casa de nuestra amiga, se hicieron aun más evidentes los estragos del festival. Desde la valla metálica que rodeaba el perímetro se podían ver auténticos zombis tirados por los rincones. Supongo que alguno llevaría bebiendo desde primera hora de la mañana y ese ritmo es imposible de aguantar.
   Descansamos un rato, nos cambiamos de ropa y salimos a dar una vuelta por el centro con la intención de cenar por allí. Al igual que la noche anterior me encantó pasear por Munich mientras anochecía. Al ser sábado había aun más gente si cabe y algún que otro músico callejero le daba a la ciudad un ambiente de cuento.
   Para cenar escogimos un pequeño restaurante junto a la catedral que resultó de lo más acogedor. Había escuchado maravillas de los quesos de la zona, así que no lo dudé y pedí para cenar una tabla de quesos variados. La verdad es que me decepcionó un poco, tampoco es que estuviesen mal, pero tenía mayores expectativas.
   Y así terminó nuestro sábado en Munich. Nos despedimos de mi amigo venezolano y su novia que habían venido a cenar con nosotros, y nos retiramos a descansar. Aun nos quedaban por delante dos días y medio para disfrutar de tierras alemanas.


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