viernes, 19 de mayo de 2017

DIARIO DE ABORDO: Nápoles

   Nápoles nos recibió lluvioso. Lo cual le daba aun un aspecto más pintoresco a la imagen de la ciudad que teníamos desde el ventanal del restaurante donde habíamos decidido desayunar ese día. El Restaurante Fiorentino. Al ya clásico buffet, aquí añadían la opción de desayuno a la carta con platos cocinados (tostadas, tortitas, huevos revueltos, salchichas, huevos con bacon, etc).
   El muelle donde atracó el crucero estaba justo al pie de la ciudad. Presidiendo el puerto el castillo Nuovo nos daba la bienvenida. Al bajar del barco las primeras diferencias con España se hicieron notar. Mientras que en Gijón las tiendas de souvenirs venden ropa tipo "les camisetes", en las tiendas para turistas de Nápoles había trajes con corbata. No había duda, estábamos en Italia.
   La suerte quiso que a la hora de desembarcar parase de llover, y quedó un día muy agradable.
   Nuestra primera visita fue al castillo. Tampoco nos quedada otra alternativa porque para salir del puerto teníamos que pasar junto a él. De piedra negra impresionaba más por fuera que por dentro. Aunque tampoco le dedicamos muco tiempo. Nos asomamos al patio hasta donde era gratis. En el momento que nos hablaron de euros decidimos salir. Luego fuimos a la Piazza del Plebiscito. Una plaza enorme junto a la basílica de San Francisco de Paula que no estaba muy lejos, y desde ahí a las galerías Umberto I, impresionantes con sus techos y cúpula de cristal y las fachadas interiores llenas de ventanales. Aunque estaban un poco deslucidas por uno de los enemigos de los turistas: las obras de rehabilitación y sus malditos andamios.
   Después de estas tres primeras visitas, que estaban muy cerca unas de otras y próximas al puerto, nos tocó adentrarnos en la ciudad. Personalmente Nápoles me encantó. Es sucia, desordenada, oscura, caótica, pero tiene algo. Nunca viviría en ella pero, estando de viaje en el sur de Italia, en la ciudad de la camorra, creo que era justo lo que me quería encontrar. Pasear por sus ajetreados callejones, con motos apareciendo a toda velocidad sin previo aviso, para desembocar por sorpresa en pequeñas plazoletas o en alguna de las numerosas iglesias, fue una experiencia de lo más pintoresca. Nunca olvidaré el café expreso que tomamos en la terraza de una de las muchas cafeterías que daban vida a la ciudad al son de un acordeón que hacía la escena aun más de película.
   Otro de los lugares más pintorescos de la ciudad es la Via San Gregorio Armero. Una calle entera dedicada durante todo el año a la venta de figuras de nacimiento. Miles de pequeños personajes decoraban los escaparates y las estanterías. Todos los oficios posibles estaban representados, y muchas de las figuras tenían incluso movimiento. También había representaciones de algún que otro personaje famoso. Vamos, que aquello era el paraíso de los amantes de los belenes.
   Tampoco olvidaré la que ha sido la mejor pizza que he comido en mi vida. Después de hacer una pequeña investigación por internet sobre dónde comer nos decidimos por la pizzería Gino Sorbillo, en la Via Tribunali, y fué todo un acierto. Aunque era temprano para comer, no eran más de las 12:30, teníamos que estar de vuelta en el barco antes de las 2, y estando en la cuna gastronómica de la pizza no podíamos dejar pasar la oportunidad. Probamos una Marinnara y una Margarita, y tengo la triste sensación de que nunca una pizza volverá a saberme igual. Sencillamente impresionante.
   Cada país tiene sus estereotipos, algunos más ciertos que otros, pero el de Italia y la moda tiene su fundamento. Solo así se explica entrar en una tienda para comprar un vestido y que la dependienta te intente vender la colección otoño-invierno al completo. Eso sí, todo perfectamente conjuntado.
   Volvimos al barco temprano y nos buscamos un lugar desde donde despedir Nápoles mientras zarpábamos. El día empezaba a ponerse desagradable y amenazaba con volver a llover, así que nos resguardamos en una de las cafeterías con terraza. A lo lejos, bajo las nubes, el imponente monte Vesubio se iba haciendo pequeño mientras disfrutábamos de un café. Definitivamente, Nápoles es una ciudad especial.
   La tarde a bordo la destinamos al vicio. El todo incluido seguía dando mucho juego, así como el casino, donde empezábamos a hacer nuestros pinitos. Antes de cenar vimos un espectáculo en el teatro del barco basado en "las mejores canciones italianas". Y la cena, como las anteriores, una pasada.


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