Nuestro cuarto día de crucero suponía nuestro primer gran dilema. Amanecíamos en La Spezia, un puerto al norte de Italia, y las alternativas que teníamos para ese día eran todas muy tentadoras. Por un lado se podía visitar la región de las Cinque Terre, un conjunto de pueblos marineros que a juzgar por la fotos parecían de lo más pintoresco, o por otro lado visitar las monumentales ciudades de Pisa y Florencia. Por un criterio de importancia histórica decidimos quedarnos con esta segunda opción.
Aunque habíamos leído que sale mucho más económico organizar las visitas por tu cuenta, dada la complejidad de las visitas, con varias horas de autobús de por medio, decidimos contratar la excursión en el mismo barco. Terminaron de convencernos cuando nos dijeron que el crucero nunca zarpa sin que hayan llegado de vuelta todas sus excursiones. Pero si vas por tu cuenta y tienes algún percance que te impida llegar a tiempo, ya te puedes organizar para llegar por tierra al siguiente puerto donde atraca el crucero el día siguiente. Y nosotros antes muertos que perdernos una noche de "todo incluido".
Para las excursiones te citan a una hora determinada en uno de los bares o restaurantes y te asignan un guía que te acompañará durante todo el día. Nuestra hora de encuentro era a las 9:45, así que nos dio tiempo a desayunar con calma de nuevo en el restaurante a la carta. Poco más tarde de las 10 estábamos en el autobús dirección a Pisa (1 hora de trayecto). A nuestra izquierda desde la autopista íbamos viendo las montañas perforadas por canteras de donde se sacaba el mármol con el que se hicieron casi todos los monumentos que veríamos a lo largo de ese día. El famoso mármol de Carrara.
Pisa nos decepcionó un poco. O por lo menos no vimos demasiado. El autobús nos dejó a las afueras y caminamos durante unos 10 minutos entre tiendas de souvenirs hasta llegar a la plaza del Duomo. En la plaza están el Baptisterio, el Duomo y la famosa torre inclinada. La verdad que el complejo en si impresiona, pero ya no hay más que ver. Nos hicimos la foto de rigor sujetando imaginariamente la torre (cuenta la leyenda que si no te haces esa foto te pegan una paliza un grupo de turistas japoneses a la salida) y entramos tanto en el Duomo como en el Baptisterio. Muy impresionantes también desde el interior con su color blanco característico de mármol. Después hicimos tiempo paseando por los jardines hasta que llegó la hora de volver al punto de encuentro. Para variar hubo un matrimonio de graciosos que se les pasó la hora y nos hicieron esperar más de 20 minutos. El problema era que los minutos de más en Pisa suponían menos tiempo en Florencia, así que cuando por fin aparecieron todo el autobús les quería partir la cara con una preciosa loseta de mármol.
Templados un poco los ánimos pusimos rumbo a Florencia (1 hora y media de trayecto). Al llegar se repitió la operación. El autobús nos dejó a las afueras y caminamos en grupo hasta los puntos más emblemáticos de la ciudad. La sensación era de una ciudad considerablemente más grande que Pisa, y por tanto con más cosas que ver. Callejeamos por el centro histórico repleto de gente. Visitamos la correspondiente plaza del Duomo, con su Baptisterio y la impresionante Catedral. Todo ello del característico color blanco del mármol. Fuimos a la plaza de la Señoría, que parece un museo al aire libre repleta de esculturas, incluida una replica del famoso David de Miguel Angel. (El original está a buen recaudo en la galería de la academia de arte de la ciudad). Nos asomamos al río a contemplar el famoso Ponte Vecchio. Y aún tuvimos tiempo libre para pasear por nuestra cuenta, ir al Hard Rock Café a por un vaso de chupito para nuestra colección, comer en una tranquila terraza y disfrutar de un helado riquísimo de una de las impresionantes heladerías que había por el centro. En definitiva, entre Iglesias, Palacetes, esculturas y edificios señoriales la ciudad es muy bonita y merece la pena. Para terminar la visita el autobús dio una vuelta por las afueras de la ciudad subiendo hasta una especie de mirador desde donde pudimos contemplar Florencia bajo un precioso atardecer.
El viaje de vuelta hasta el barco (2 horas de trayecto) tuvo su momento mítico cuando Franco, el chofer, se nos vino arriba y empezó a pinchar música para excursiones de colegio mientras que encendía y apagaba luces y nos enseñaba una coreografía de lo más friki. Todo un personaje el tal Franco.
Llegamos al barco relativamente tarde, pero nos dio tiempo a descansar un poco y disfrutar una noche más de los bares y de una rica cena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario