martes, 16 de mayo de 2017

DIARIO DE ABORDO: Día de Navegación

   Despertase con resaca en un barco no es precisamente la sensación más agradable del mundo, pero la noche anterior había merecido la pena. A pesar de ser el día de navegación no dormimos la mañana porque un desayuno buffet no se puede dejar pasar, y porque a la una queríamos asistir a un espectáculo que había en el teatro del barco: Feel the beat!. La verdad que no fue nada del otro mundo. Se trataba de unos percusionistas bailando y dando golpes a todo lo que había por el escenario. No lo hacían mal, pero resultó un poco monótono. Lo realmente impresionante era el tamaño del teatro con sus 3 pisos de altura y lleno de gente hasta la bandera.
   El resto del día lo pasamos recuperándonos de la noche anterior tumbados al sol y disfrutando de las instalaciones del crucero: bares, restaurantes, casino, tiendas, piscinas, etc. El barco era demasiado grande y los pasillos parecían laberintos. En ocasiones uno no era capaz de distinguir en que dirección estaba caminando, lo cual puede parecer gracioso, pero cuando se trata de encontrar el camarote para ir al baño en pleno apretón, puede causar un autentico ataque de pánico (true story!). Al mismo tiempo, seguíamos tachando cócteles de nuestra personal lista de "bebidas por probar".
   Una vez avanzada la tarde tocó ponerse elegante porque se celebraba ni más ni menos que la cena de gala con el capitán. En nuestro caso, una camisa y una corbata, o un vestido bonito, fueron suficientes. Otros pasajeros debieron de pensar que iban a recoger un Oscar esa noche a juzgar por los trajes y lentejuelas que se dejaron ver por los pasillos. Por lo que respecta al capitán, lo más cerca que lo vimos fue a unos 10 metros rodeado de personal de seguridad. Hubo quien prefirió hacer una cola kilométrica para tomarse una foto con él. Ni que fuera George Clooney. Nosotros preferimos dedicar ese tiempo a escuchar algo de música en directo en nuestro bar favorito.
   La cena estuvo muy bien. En general la comida del barco estaba genial, si bien esa noche le habían dado un toque aún más gourmet, si es que eso era posible. Aunque lo mejor llegó después de la cena en el hall de entrada (o atrio como ellos lo llamaban), el cual habían convertido en una especie de discoteca. La gente no paraba de bailar contagiados por el ritmo de los animadores que repartían pulseritas fluorescentes y utilizaban los ascensores transparentes como gogoteras. La risión fue una niña, o no tan niña porque ya estaba en edad de dar vergüenza ajena, que quiso tener su minuto de gloria bailando en uno de los ascensores. Al principio era graciosa, pero después de media hora apetecía llamar a seguridad. A los padres no se les podía llamar porque estoy seguro de que ya habían saltado por la borda.
   En definitiva, una noche de fiesta para terminar el día de navegación. A la mañana siguiente pisaríamos por primera vez la bella Italia.


   

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