miércoles, 10 de mayo de 2017

DIARIO DE ABORDO: Zarpamos de Barcelona

   Levantarse a las 5 de la mañana nunca ha sido de mi agrado, pero si es para irse de crucero madrugo de buena gana. Nuestro vuelo salía de Asturias a las 7:30 y en poco más de 3 horas ya estábamos callejeando por Barcelona después de dejar nuestra maleta en una consigna de plaza Cataluña.
   A esas horas lo que más apetecía era desayunar, así que nos fuimos a un Starbucks a pagar 12 euros por lo que normalmente cuesta 6, pero bueno, un día es un día. Lo que no perdono es que me cambiasen el nombre por "Dalia". El hombre que entregaba los pedidos se las vio negras para dar conmigo.
   Los estómagos estaban llenos, pero las vejigas también. El problema es que sin darnos cuenta tiramos a la basura el ticket de compra necesario para acceder a los baños del starbucks (Pringaos!!!). Así que no nos quedó otra que buscarnos la vida. Como teníamos pensado comprar una guía sobre Italia, decidimos ir al Corte Ingles de Plaza Cataluña y utilizar la cafetería. La idea no pudo resultar mejor porque las vistas que ofrece de Barcelona son espectaculares. También pudimos ser testigos de cómo hacían un reportaje fotográfico de moda en la misma plaza. Un despliegue tremendo para tirarle cientos de fotos a un modelo que recorría una y otra vez una pasarela improvisada. Supongo que en Barcelona esto será común, pero a mi que soy de pueblo me llamó la atención y hubo que hacerle foto.
   Salimos del Corte Ingles sin la guía que buscábamos (no la tenían) pero con cepillos de dientes y pasta para reponer los que nos habían quedado olvidados en Gijón (todo un clásico). Así que pusimos rumbo calle arriba hacía una Casa del Libro donde finalmente compramos "Lo mejor de Italia" de Lonely Planet.
   Entre compras y paseos fue pasando la mañana, así que decidimos ir acercándonos al restaurante donde pensábamos comer. En los mapas de las grandes ciudades las distancias no lo parecen, pero siempre resultan jodidamente largas. Como llegamos 5 minutos antes de la hora de apertura no nos quedó más remedio que ir a tomar un vermouthin, y de todos los sitios chulos que nos cruzamos por el camino fuimos a dar con el bar más cutre y cañí de toda Barcelona. A la estética "cuéntame cómo paso" solo le faltaba "la Merche" tirándome la caña. Por suerte la comida lo arreglaría todo.
   "Tanta" es un tema aparte. Una cadena de restaurantes peruanos de Gaston Acurio, el chef más internacional de Perú. Estaba exquisito hasta el arroz blanco que ponen de acompañamiento. Comimos un piqueo criollo (anticucho, papa rellena, chicharrón, yucas y pulpo en salsa de olivas), lomo saltado y un chaufa de pollo, cerdo y verduras. Espectacular!!
   Con la felicidad más absoluta después del increíble festín, ya solo nos quedaba pedir un taxi para ir a buscar la maleta y llevarnos luego al puerto. El destino quiso que el taxista fuese todo un friki de los cruceros. No paró de darnos consejos y contarnos sus experiencias. Por suerte no le hicimos ni caso, porque a la larga las cosas que nos había desaconsejado resultaron ser las que más nos gustaron. Sobre gustos no hay nada escrito.
   Nuestra primera impresión del barco, el Costa Diadema, fue de asombro. Solo nos faltaba Celine Dion cantándonos la canción de Titanic al ver aquel enorme armatoste blanco. Cuando miras para arriba y ves más de 10 pisos de altura, la cosa impresiona.
   Lo primero que tienes que hacer, aun en tierra, es dirigirte a una especie de recepción donde entregas las maletas con unas etiquetas identificativas y rezas para que sea cierto lo que te cuentan de que de ahí, van directas a tu camarote. Después te hacen una foto y te entregan una tarjeta que será tu "todo" durante el crucero (llave del camarote, monedero, tarjeta de crédito, identificación para subir y bajar del barco, ...).
   Una vez terminados los tramites llega el momento de subir a bordo por una estrecha pasarela y poner cara de acojone al ver el impresionante hall de bienvenida con más luces que un casino de Las Vegas. Los Italianos tienen un gusto un tanto recargado para la decoración, pero a primera vista es espectacular.
   De ahí la siguiente aventura fue encontrar nuestro camarote, el 8211 en el puente ocho. Con unos pasillos más largos que los del hotel del Resplandor la cosa no fue sencilla (y nunca lo sería). El camarote me sorprendió gratamente. Esperaba encontrarme con un habitáculo del tamaño de una caja de cerillas y por el contrario el espacio era muy razonable. Sobre la cama llamaba la atención una hoja de papel: el diario de abordo. Una especie de nota informativa que se actualizaba a diario para mantenernos perfectamente informados de todas las actividades que se llevarían a cabo durante las siguientes 24 horas a bordo.
   Rápidamente empezaron a avisar por megafonía que los recién llegados deberíamos estar listos para el simulacro de emergencia en las localizaciones correspondientes. A nosotros nos tocó como punto de encuentro el Casino. Toda una premonición. A la hora señalada, siete pitidos cortos y uno largo a todo volumen nos indicaban que teníamos que ponernos los chalecos salvavidas y acudir al lugar correspondiente. Resultaba gracioso ver a tantas personas con los llamativos chalecos naranjas bajar ordenadamente en una misma dirección y sentarse en las maquinas tragaperras para escuchar la charla de seguridad. Seguro que en caso de una emergencia real íbamos a comportarnos todos de manera tan ordenada.
   El simulacro no duró más de 10 minutos, y nos quedó vía libre para disfrutar del barco a nuestras anchas. Deshicimos las maletas, bajamos a contratar una excursión que queríamos dejar cerrada para unos días más adelante y comenzamos a amortizar nuestro todo incluido en los bares que nos íbamos encontrado a medida que explorábamos el crucero. Preciosa la salida del puerto de Barcelona al anochecer.
   El día ya tocaba a su fin, así que nos dimos una ducha y a eso de las 9 subimos a cenar al restaurante que nos habían asignado, el Corona Blue, en el puente 10. En la agencia de viajes nos habían advertido que solicitásemos el segundo turno de cena. Las opciones eran 18:30, o 21:00. Pero no nos hizo falta. En nuestro restaurante el horario era libre, y a partir de las 18:30 podíamos aparecer cuando quisiéramos. Un maitre te esperaba a la entrada y te buscaba rápidamente una mesa. Además las mesas eran de 2 personas, así que no tuvimos que compartir espacio con desconocidos, lo cual a mi no me apetecía demasiado.
   Lo que no nos advirtieron en la agencia fue que tuviésemos cuidado con Catalina. Así es como bauticé yo a la camarera filipina que nos atendió esa primera noche. Tardó mas de 20 minutos en aparecer por la mesa y dio lo mismo lo que pidiésemos de la carta para cenar o beber,... que si quies arroz Catalina. Cenamos lo que a ella le vino en gana y en el orden que ella quiso. Por lo menos nos echamos unas risas.
   Y así terminaba nuestro primer día de vacaciones, navegando por el mediterráneo en algún punto entre Barcelona y Palma de Mallorca nos quedamos dormidos.


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