Y sin apenas darnos cuenta ya han pasado 3 meses desde que Mateo está con nosotros. Han sido unos meses intensos llenos de cambios y retos que hemos ido superando bastante bien. Al fin y al cabo este es un proceso de aprendizaje permanente. Nosotros aprendemos de Mateo y él aprende de nosotros y así día a día nos vamos adaptando a lo que va viniendo.
En líneas generales creo que hemos tenido suerte. Mateo es un bebé muy bueno que solo llora cuando tiene hambre. Por las noches duerme ciclos largos de entre 4 y 6 horas y hemos conseguido que se duerma sólo. Lo dejamos en su minicuna después de cenar con la luz apagada y lo vigilamos con la cámara de video desde el salón. Tarda unos minutos, pero se queda frito.
Durante el día duerme menos. Se pega minisiestas de 15 - 20 minutos en su hamaca cuando estamos en casa y cuando salimos duerme mucho mejor. Le encanta el traqueteo del carricoche o el ruido de los bares. En esos momentos sí que puede dormir más de una hora.
Sus minisiestas están bien, pero no dejan tiempo para hacer nada. Yo que me quedo con él por las mañanas estoy desarrollando técnicas ninja para no despertarlo. Alguna vez se ha despertado con el simple chasquido de mi rodilla al intentar alejarme sigilosamente. Y es que aprovecho cada vez que cierra los ojos para adelantar cosas. Mandar un mail del trabajo, hacer alguna llamada, fregar cacharros, vestirme, ir al baño. Cada minuto es oro. Cuando está despierto no es que dé ningún problema, pero reclama atención permanente.
En ocasiones, cuando no se duerme, lo tengo que llevar conmigo por toda la casa en su hamaquita. Parecemos una procesión de semana santa. Voy a lavar los dientes, conmigo al baño. Voy a vestirme, conmigo a la habitación. Voy a calentar su biberón, conmigo a la cocina. Mientras que me está viendo está tranquilo. Ahora que si deja de verme durante 5 segundos saca a relucir esa voz de tenor que la naturaleza le ha dado y grita cómo si cantase Rigoletto.
Otra cosa curiosa que hemos notado es que le encanta la calle. Ya nos ha pasado varias veces que empieza a llorar como un loco cuando lo metemos en el carricoche, pero es abrir la puerta de la calle y asomarlo al descansillo y se queda totalmente callado.
En definitiva, estamos contentos con el niño que nos ha tocado. Aunque algo tendremos que ver nosotros en ello.
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