Hoy 11 de abril ha sido nuestra primera mañana sólos. La mamá ha querido empezar a trabajar y nos hemos organizado para que me quede yo cuidando del peque varios días a la semana.
El día empezó regular. Mientras mi mujer se preparaba para ir al trabajo le fui dando un buen biberón al niño para asegurarme que mis problemas no vendrían por culpa del hambre, pero en el mismo momento que mi mujer salió por la puerta pude detectar que a Mateo la caca le subía por la espalda. La responsabilidad era totalmente mía como artífice del último cambio de pañal y mi decisión con nocturnidad de ponerle una talla 1 cuando ya habíamos empezado con la talla 2. Supongo que me dió pena dejar pañales pequeños sin usar y tocaba pagar las consecuencias.
Una vez resuelto el problema, la mañana transcurrió con normalidad.
A las 10:30 nos preparamos para ir a la seguridad social. A las 11 tenía cita para tramitar la parte de baja de maternidad que me va a ceder mi mujer. Todo iba muy bien. Mateo se quedó dormido en la mochila y el autobús pasó justo a tiempo para llegar a la hora a las oficinas. El problema comenzó al sacar mi turno y darme cuenta que tenía por delante más de una hora de espera. Las veces anteriores nos habían atendido casi sobre la marcha y yo me había confiado. Los nervios comenzaron al darme cuenta que no había traído ningún biberon para alimentar a la bestia cuando se despertase hambrienta. Los turnos parecían no avanzar, y cada vez que Mateo se movía, un escalofrío recorría mi espalda.
Finalmente, pasadas las 12, llegó mi turno y en unos 20 minutos habíamos terminado de hacer los tramites y pude coger el autobús de vuelta a casa para esperar acompañado de biberones de reserva que la fiera abriese los ojos.
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