martes, 3 de abril de 2018

DIARIO DE UN PAPA PRIMERIZO: El parto II

   De alguna manera estaba escrito que el 28 de Febrero de 2018 iba a ser un día especial, y en los días especiales ocurren cosas especiales.
   Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Era mi madre para decirme que ya se acercaba el momento y de paso preguntarme si había mirado por la ventana.
   Me levanté del incómodo sillón y me asomé por la cristalera de la habitación. No me lo podía creer, estaba nevando! Los coches del aparcamiento, los jardines y los prados que rodeaban el hospital amanecían cubiertos de una blanca capa de nieve. Parecía como si alguien desde algún sitio quisiese poner un toque aún más mágico a un día que recordaremos para siempre.
   Rápidamente me dirigí de nuevo a la zona de dilatación donde estaban mi mujer y mi madre. Eran las 8 de la mañana. Mi mujer había conseguido dormir un poco y se la veía más descansada. Ya había dilatado bastante, pero aun le quedaba mucho. Nos dijeron que el niño no nacería antes del medio día, así que me escapé un rato a la cafetería del hospital a desayunar algo. La noche la había aguantado con unas barritas energéticas que casi sin querer había metido en la maleta, pero mi estómago ya pedía algo más contundente.
   Ya con las pilas cargadas regresé junto a mi mujer y ya no me separé de ella hasta que fuimos 3. El resto de la mañana pasó relativamente rápido. Cada poco venían a comprobar cómo iba la dilatación y la frecuencia de las contracciones. Gracias a la epidural mi mujer no tenía demasiados dolores y el anestesista le había indicado un botón para pulsar en caso de que las molestias aumentasen y darse un chute extra de anestesia. Cuando las matronas se enteraron de esto querían matarle. Al parecer ya se había pasado con la dosis de todas las embarazadas de esa noche y eso era la gota que colmaba el vaso. Supuestamente es necesario que la embarazada sienta algo de dolor para identificar las contracciones y saber cuando empujar, pero allí nadie sentía nada. Según las matronas todos los partos estaban "bloqueados". Bueno, todos no. Una valiente que decidió no utilizar la epidural gritaba como si la estuviese interrogando la santa inquisición. Por un momento pensamos temimos que eso fuera lo normal, hasta que nos confirmaron que la chica no había querido la anestesia y respiramos más tranquilos.
   Pasadas unas horas nos dijeron que era el momento de empezar a empujar y una de las matronas junto con una estudiante se quedó con nosotros para ayudarnos. Cada vez que el monitor indicaba una contracción mandaba a mi mujer que empujase aguantando la respiración mientras que ella metía los dedos para ayudar a ensanchar el hueco por el que debía de salir el bebé. Ya no se ni las veces que le escuché decir a esa mujer: ahora puja, fuerte, fuerte, fuerte, puja, puja, aguanta, aguanta, puja, fuerte, fuerte, fuerte, descansa. Poco a poco la cosa fue avanzando y a una de estas que me dio por asomarme ya se veía parte de la cabecita del bebe como un coco peludo que intentaba salir.
   La situación se repetía una y otra vez, pero no conseguían que la cabeza asomase del todo. Cada poco venía la ginecóloga para ver como evolucionaba la cosa y en una de estas se percató que el liquido que salía estaba manchado, lo cual era señal de que el bebé se había hecho caca. Nos dijeron que era normal y que no pasaba nada, pero yo pude notar como desde ese momento las matronas empezaron a acelerar todo el proceso. De hecho no tardaron en pasarnos al paritorio para terminar el parto. Al parecer, el bebé venía con una vuelta de cordón y por eso no terminaba de asomar la cabeza. En cada contracción mi mujer conseguía bajarlo hasta la salida, pero al dejar de empujar el cordón volvía a tirar de él para dentro. La ginecóloga estuvo muy acertada al darse cuenta del peligro.
   Tal era la prisa por sacar al bebé que no dudaron en tirar de bisturí y darle un buen corte a mi mujer ahí abajo. Al mismo tiempo una de las matronas se tumbaba sobre el pecho de mi mujer para empujar desde arriba. No se como de tensa era la situación porque desde el desconocimiento no te enteras de nada, pero no me parecía muy cotidiano el procedimiento. Además, eramos en el paritorio 8 personas. Mi mujer (por supuesto), mi madre, dos matronas, una estudiante, la ginecóloga, una auxiliar y yo.
   Yo permanecía junto con mi madre a la altura de la cabeza de mi mujer hasta que la estudiante me hizo un gesto para que me acercase a mirar y apenas me dió tiempo a asomarme cuando de dos empujones más apareció Mateo.
   Durante todo el embarazo había tenido mucho miedo de cómo reaccionaria en el parto. No soy una persona demasiado aprensiva, pero las imágenes que se llegan a ver no son del todo agradables. Sin embargo, es cómo si lo que estás viendo estuviese en un segundo plano. Al asomarme y ver aquel tremendo corte y toda aquella sangre no sentí miedo ninguno. Es como si mis ojos viesen solo lo importante, y lo importante sucedió a los pocos segundos cuando salió mi pequeño. Recordaré ese momento como uno de los más felices de mi vida. Acabábamos de traer al mundo algo nuestro. Mi mujer lo había hecho posible. Lo habíamos conseguido.
   La sensación de alivio fue general. Desde la propia madre hasta las matronas. Tengo la sensación de que el parto fue mucho más delicado de lo que nunca nos dirán. De hecho a Mateo se lo llevaron inmediatamente a la pediatra para examinarlo. Según ellas para asegurarse de que no había tragado el líquido con su caca, pero yo creo que querían asegurarse que todo estaba bién. La propia pediatra vino a los 5 minutos para tranquilizarnos. Nos dijo que no había ningún problema y nos dió la enhorabuena.
   La felicidad fue completa cuando a los 10 minutos nos lo trajeron y ya pudimos verle bien. El pobre tenía la cabeza toda ahuevada hacia su lado izquierdo fruto de tanto tiempo entrando y saliendo. Tenia un gorrito que le cubría su tremenda mata de pelo negro heredado de la madre sin ninguna duda. No lloró casi nada. Ni siquiera cuando le metieron en los ojos una pomada de antibiótico o le pincharon.
   Ya con él en brazos, esperamos a que terminasen de coser a mi mujer durante un largo rato porque el corte era bien grande, y finalmente volvimos a la habitación donde había estado dilatando.
   En ese momento comenzaba nuestra nueva vida. Desde ese instante dejamos de ser dos para ser tres. Mateo ya estaba con nosotros.

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