Todo comenzó sobre el medio día del martes 27 de febrero. Mi mujer empezó a sentir unas molestias en la zona lumbar. En un principio no debería tener mucha importancia, pero cuando estás embarazada de 41 semanas, en embarazo prolongado, y los dolores vienen y van de manera constante, eso sólo puede significar una cosa: estábamos de parto!!
Inicialmente las molestias eran llevaderas, o eso me decía mi mujer, y aunque venían con bastante frecuencia nosotros teníamos pensado permanecer en nuestra casa el mayor tiempo posible. Ese es el consejo que te dan las matronas. En el hospital no te van a hacer nada en una fase tan temprana, y por lo menos de esa forma estás tranquilo en tu casa.
Siguiendo con nuestra idea inicial decidimos esperar hasta que las contracciones fuesen más intensas y seguidas (la teoría dice dos contracciones cada 10 minutos). Aprovechamos el tiempo para comer, revisar la maleta que íbamos a llevar, darnos una ducha, y a media tarde avisamos a mi madre para que fuera viniendo hasta nuestra casa. Mi madre es enfermera y nos iba a acompañar durante todo el proceso.
Sobre las 7 de la tarde, ya con contracciones bastante frecuentes, decidimos poner rumbo al hospital. Como no podía ser de otra manera me olvidé las llaves del coche en casa y tube que dar la vuelta corriendo para que mi mujer y mi madre no se congelasen en la calle. Posiblemente ese día será recordado como el más frío del año en Gijón.
Al llegar al hospital tuvimos suerte encontrando aparcamiento a la primera y entramos caminando por la zona de urgencias donde nos tomaron los datos y nos mandaron pasar a la sala de espera.
Mi mujer y mi madre se fueron acompañadas de una enfermera y yo me quedé allí esperando hasta que, pasados unos minutos, otra enfermera me vio y me preguntó qué estaba haciendo allí. Supongo que la maleta y mis pintas le hicieron pensar que era un indigente tratando de pasar la noche bajo techo. Le expliqué la situación y me dijo que tenía que pasar directamente a la sala de espera de ginecología. Allí me encontré de nuevo con mi mujer y, después de esperar un rato, la vio el ginecólogo y nos mandaron subir a la planta.
Nuestra gran suerte fue que nos dieron una habitación para nosotros solos. El miedo que tenía era no saber con quién nos tocaría compartir cuarto, y más en unas circunstancias tan incómodas. Afortunadamente nos comentaron que no había mucha ocupación en la planta, y que sólamente en caso de que se llenase nos molestarían poniendo una segunda cama.
La habitación no era muy grande pero disponíamos de todo lo necesario. Una cama, dos sillas y un sillón reclinable que me torturaría la espalda las dos noches siguientes. Al estar solos pudimos disponer de los dos armarios y del baño a nuestras anchas.
Mi mujer seguía sintiendo dolores cada vez más fuertes, pero las instrucciones que nos dieron fueron que teníamos que esperar hasta que las contracciones fuésen cada dos minutos. Con móvil en mano me dediqué a cronometrar la frecuencia hasta casi las 12:30 de la loche. Para ese entonces los dolores ya eran bastante insoportables y se repetían cada 2 minutos, minuto y medio, en ocasiones 3 minutos. Variaban pero eran muy fuertes y frecuentes. En ese momento decidimos llamar a la matrona para que nos preparasen para poner la anestesia epidural y nos bajasen a dilatación.
La visita de la matrona fue todo un jarro de agua fría. Le hizo una exploración a la futura mamá y nos dijo que no había ninguna dilatación. Para encima resultó que la mayoría de dolores que mi mujer estaba sintiendo, aunque recurrentes, no eran contracciones. Después de tantas horas de dolor no es nada esperanzador escuchar que la cosa ni siquiera comenzado. Para mi mujer tuvo que ser horrible imaginar lo que se le venía encima en una noche que no había hecho más que comenzar.
La matrona se despidió de nosotros recomendándole a la parenturienta que se diese una ducha de agua caliente para relajarse y soportar mejor los estragos y nos dijo que la avisásemos cuando tuviésemos contracciones reales cada dos minutos. No es que fuese borde con nosotros, pero en nuestra situación no hubiese estado de más un poco más de empatía por su parte. La noticia que nos había dado nos hundió la moral, y sobró el tonito de "no me hagáis perder más el tiempo".
La ducha caliente ayudó en cierto modo, pero las horas siguientes fueron duras. Caminando por la habitación, apoyándose en la pared, sentada en la cama, mi mujer ya no sabía cómo ponerse para soportar los dolores. A las tres de la mañana la cosa era tan insoportable que decidimos volver a llamar a la matrona.
En esta ocasión las noticias no fueron tan malas. Después de la exploración nos dijo que ya había 3 centímetros de dilatación. Aunque inicialmente pueda parecer poco, para nosotros resultó todo un alivio saber que el tiempo sufrido, ahora sí, había servido para algo. Yo creo que la matrona nos vió tan desesperados que decidió que fuesemos pasando a dilatación y que preparasen a mi mujer para la anestesia epidural.
Otro golpe de suerte que tuvimos fue que al anestesista se le juntaron otras dos mujeres de parto a la vez que nosotros. Como eran las 3 de la mañana y el hombre debía de querer volver a acostarse decidió hacer un 3x2 y le puso también la anestesia a mi mujer junto con las otras dos. Normalmente no recomiendan hacerlo hasta los 6 centímetros de dilatación y nosotros sólo teníamos 3, pero visto el sufrimiento pasado, creo que nos ahorró unas cuantas horas de dolor.
Mi madre y yo esperamos sentados en la sala de espera de la planta durante un largo rato hasta que nos dijeron que podíamos pasar a la zona de dilatación donde ya estaba mi mujer. La encontramos mucho más calmada y ya sin dolores, recostada en una cama en un pequeño cuarto donde ya esperaríamos hasta pasar al paritorio. Incluso la matrona le recomendó que durmiese un poco porque con la anestesia la cosa iba para largo. Según ella a razón de centímetro cada 2 horas y necesitábamos llegar a 10.
Con las horas que nos quedaban por delante, mi madre insistió en quedarse y yo volví a nuestra habitación a intentar descansar un poco. Quedaron en avisarme cuando todo estuviese un poco más avanzado. No recuerdo que hora era, pero con el estrés de las horas pasadas me quedé profundamente dormido en aquel incómodo sillón.
martes, 27 de marzo de 2018
EL PINCHÓMETRO: Café Mepiachi
Lo descubrí gracias a un amigo, y no tardé en comprender porqué lo recomendaba. Café Mepiachi (esquina c/Cabrales - c/ Covadonga - Gijón). El sitio es caro, no hay que negarlo. Un vino de la ribera del duero puede rondar los 2,75 euros, pero por lo menos sabes que parte del dinero está bien invertido en un pincho más que notable. En este caso patatas con salsa de queso azul y criollo, empanada, aceitunas y patatas fritas. Destacar también que si repites consumición te vuelven a poner pincho, o eso me pareció ver en la mesa de al lado.
DIARIO DE UN PAPA PRIMERIZO: Nuestra primera noche solos
El sábado 24 de Marzo de 2018 pasará a la historia como el primer día que Mateo y yo nos quedamos solos en casa. En principio puede no parecer gran cosa, pero para un bebé que es adicto a la teta de su mamá es todo un mérito estar unas cuantas horas sin su dosis de leche.
El tema es que la mamá tenía una cena con unas amigas y era una pena que no pudiese ir. Así que nos organizamos para que el bebé quedase bien cenado justo antes de que mi mujer a las 11 de la noche cogiese un taxi en la puerta de casa.
Estuvo a punto de darme un ataque de pánico cuando, acabando de cerrar mi mujer la puerta de casa, Mateo empezó a llorar. Por un momento pensé en asomarme a la ventana y abortar la misión al grito de "no nos abandones"! Pero por suerte el pequeño se calmó y como consecuencia el papá se calmó también.
Como Mateo estaba un poco ansioso decidí portearlo, y aunque al principio intentó resistirse un poco, terminó quedándose tranquilo.
Una vez la situación estuvo controlada me pedí una pizza y me preparé una buena jarra de cerveza. La pizza me la tuve que comer dando paseos por la casa porque Mateo quiere mucho a su padre y decidió que lo mejor sería que su papá hiciese ejercicio para bajar mejor las calorías que se estaba comiendo. Con tanto paseo la cabeza del peque terminó llena de migas de pizza y puede que con un cierto olor a carbonara, pero por suerte una vez que vió que ya habíamos hecho suficiente cardio se quedó profundamente dormido.
Aproveché entonces para sentarme en el sofá y ver una película. Todo estaba saliendo a la perfección. De hecho pensé que habíamos superado la prueba, pero ya casi al final de la película la jarra de cerveza empezó a hacer efecto y me entraron unas ganas tremendas de ir al baño. Algo que en principio no debería suponer ningún problema es toda una misión imposible con un bebé dormido atado al pecho. Para no despertarlo los movimientos tienen que ser como los de un ninja y por supuesto olvídate de encender la luz. Una vez en el baño la sensación era la de estar meando con un cinturón de yihadista. Cualquier fallo podía ser fatal y terminar ocasionando el despertar de una bestia hambrienta gritando de tal manera que hasta su madre lo iba a oír desde el restaurante.
Finalmente no ocurrió nada y pude volver a terminar de ver mi película. Decidí no volver a tentar la suerte y me quedé inmóvil en el sofá viendo la tele hasta que la madre llegó de vuelta a las 3:15 de la mañana. Mateo seguia dormido y yo había cumplido mi misión.
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